Eugenio Reati

Nació el 20 de mayo de 1959 en Córdoba, Argentina. En su colegio (Monserrat), empezó a participar de acciones militantes desde muy joven en el LAR (Línea de Acción Revolucionaria), para luego integrar la UES (Unión de Estudiantes Secundarios) en 1975, desde donde militará hasta su secuestro, con 17 años de edad, el 2 de septiembre de 1976 en la casa familiar. Lo llevan a él, su hermano, sus padres y un amigo al Centro Clandestino de Detención Departamento de Informaciones de la policía de Córdoba (D2). Permaneció ahí 10 días y fue llevado, junto a su hermano, a la cárcel de San Martín (UP1) donde estuvo hasta octubre de 1978, momento en que fue trasladado a la cárcel de La Plata (U9) de donde salió en libertad el 5 de diciembre de 1978.

Sobrevivir, resistir, mantener la alegría y la mente alerta, son tantas razones por las cuales Eugenio se puso a escribir poesía entre 1976 y 1978 en una de las peores cárceles del país, la UP1 de Córdoba. El benjamín del pabellón, conocido entre sus compañeros por su energía, su alegría y su humor encontró en la poesía la manera de defender sus ideales, denunciando las injusticias sociales y alabando su amada tierra. Probablemente, la prisión fue el disparador de una escritura visceral latente, fomentada y nutrida por intensas lecturas sacadas de la biblioteca familiar. Entre peñas clandestinas y relatos nocheros a media voz, sus poemas escritos a escondites salieron camuflados entre la letra microscópica de los pocos «caramelos» transmitidos al exterior clandestinamente gracias a la ayuda de los presos comunes.

POEMAS

Manuel Nieva

Nació el 17 de septiembre de 1944 en la ciudad de Monteros, provincia de Tucumán. Antes de su secuestro se desempeñaba como empleado del correo y delegado sindical en Córdoba. En paralelo a su actividad laboral se dedicaba a vender libros. A mediados de enero de 1977, una patota lo secuestró en su casa y lo llevó al CCD Departamento de Informaciones de la policía de Córdoba (D2), donde permaneció 15 días. De ahí lo llevaron a la cárcel de San Martín donde estuvo hasta el año 1980, fecha en la que salió en libertad.

Si ya escribía desde adolescente, la necesidad se hizo más fuerte en la cárcel donde estuvo mantenido en estado de incomunicación hasta el año 1979. Ante la falta de todo recurso y las prohibiciones cotidianas, la voluntad de comunicarse y de componer no disminuyó sino que se incrementó hasta el punto de llevarlo a escribir en lugares insólitos, como en las paredes, por ejemplo. Manuel Nieva es uno de los pocos poetas que transmitió sus textos a través de los «caramelos», debido a las precarias condiciones sufridas en la cárcel de San Martín durante su detención. Se trata de un papel muy fino, que ya sufrió las marcas del paso del tiempo y que se encuentra roto en varias partes. Sin embargo, la fuerte probabilidad de que sus poemas no lograran salir o fueran violentados durante el arriesgado viaje fuera de la cárcel no desanimó a Manuel Nieva, quien nos ofrece hoy un material de alto valor testimonial y literario. Estos poemas, compuestos en 1978, revelan pues, según sus palabras, que «el hombre no puede vivir sin poesía», y ponen de realce la creatividad y la alta capacidad del ser humano de adaptarse en situaciones límite como lo fue la última dictadura argentina.

POEMAS

Soledad Edelveis García Quiroga

Nació el 30 de septiembre de 1942 en Villaguay, provincia de Entre Ríos. Finalizó sus estudios como  maestra de Educación Primaria  y se radicó en Córdoba a principios de los años 60. Allí, en la Universidad Nacional de Córdoba, egresó de la carrera de Literaturas Modernas. Trabajó como educadora de Nivel Medio y Superior  y militó en el gremio Unión de Educadores de la Provincia de Córdoba. El 9 de marzo de 1976, la secuestraron y la llevaron al CCD Departamento de Informaciones de la policía de Córdoba (D2) donde permaneció unos 10 días, hasta que fue legalizada por el Poder Ejecutivo Nacional y llevada a la cárcel de Barrio San Martín.( UP1). En diciembre de 1976, fue trasladada a la cárcel de mujeres de Villa Devoto en la provincia de Buenos Aires, de donde salió «con opción» en julio de 1980[1].

Para Soledad García, la cárcel no ha sido el disparador de la escritura ya que escribía antes de su secuestro. Pero es innegable que el encierro junto con la desaparición de su compañero de vida, Eduardo Requena, y de muchos otros amigos influenció drásticamente su relación con la escritura. Los poemas que se presentan en este archivo fueron escritos en sus cuadernos de la cárcel de Villa Devoto entre 1976 y 1980, y luego algunos fueron transcriptos y transmitidos en cartas a su familia. La necesidad visceral de componer poesía se hizo más fuerte en la cárcel y confirmó su inclinación hacia este género. Sus poemas, desgarradores, dan cuenta de ello y nos dejan suponer que, en aquellas circunstancias, «no le quedaba otra» que escribir. Los textos que ella duda en llamar poemas y prefiere considerar «intentos» de poesía son mucho más que lo que ella quiere decir: nos entregan partes suyas y ofrecen un lugar para su compañero y los que no están más.


[1] «con opción» quiere decir que salían de la cárcel a otro país. Regía el «derecho de opción» por el Estado de Sitio y debía acogerte un país extranjero. Soledad García fue a residir a España.

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Santiago Amadeo Lucero

Nació el 24 de enero de 1955 en Colonia Bremen, provincia de Córdoba. Antes de su secuestro fue obligado a pasar a la clandestinidad a raíz de su militancia en la Juventud Peronista. Lo secuestraron en marzo de 1978 y lo llevaron al CCD Departamento de Informaciones de la Policía de la Provincia de Córdoba de la calle Mariano Moreno, en la misma ciudad. Después lo llevaron al CCD Casa del Hidráulica, y de ahí al CCD Campo de la Ribera para terminar como rehén en el CCD La Perla. Finalmente, ese mismo año fue legalizado por el Poder Ejecutivo Nacional y transferido a la cárcel de San Martín de Córdoba.

El encierro no desembocó inmediatamente en el despertar de la escritura sino que llegó más tarde, a principios de los 80, cuando las condiciones de encierro ya habían mejorado. Los poemas que se presentan en este archivo, compuestos en la cárcel de San Martín, dan cuenta pues de algunas mejorías en cuanto al material que podían procurarse los detenidos, y de las consecuencias en su ánimo. Los poemas que ha podido escribir Santiago Lucero no nos llegaron, décadas después, en un papel amarillento y roto sino más bien en un papel ligeramente arrugado, blanco, similar a las hojas usadas en las escuelas, como lo podemos observar en las versiones originales. Asimismo, es muy interesante ver que varios de ellos están repetidos, lo que confirma que los poemas carcelarios tenían la vocación de conservarse y, probablemente, transmitirse. Más aún, demuestran la maduración de la vocación poética del autor cuyos textos no son solo el producto de las circunstancias, sino también el de un proceso escriturario que se fue afirmando y confirmando durante su encierro.

El perfecto estado de conservación, junto con el tipo de hoja usado puede provocar en el lector una sensación de cercanía con esos escritos que algún joven de nuestros días hubiera podido escribir. Los poemas de Lucero son muy valiosos por muchas razones, pero en particular porque revelan cómo una cárcel de máxima seguridad como lo fue San Martín ha podido convertirse en lugar de creación, en distintos períodos. Ni la feroz represión de los años 1976 a 1978 esterilizó la creación, ni tampoco los 80, durante los cuales los pocos presos que quedaron tuvieron que vivir con los espectros de los compañeros fusilados y la incertidumbre acerca del destino de todos los que fueron trasladados en masa a las cárceles federales de Buenos Aires y de la Patagonia. En definitiva, si el autor no sabe «si llamar poesía» a su obra, nosotros no dudamos en recibirla como tal y en valorar el hecho de que cada poema nos transmita un aspecto inédito sobre las cárceles argentinas y los que estuvieron alojados allí por razones políticas.

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«Rubito»

Quisiera escribir una biografía completa de quien fue el joven «Rubito». Lamentablemente, se desconoce casi todo de su vida: sus orígenes y su destino. Las pocas informaciones que nos llegaron han sido proporcionadas por una de sus compañeras de detención en el CCD La Perla. Gracias a Mirta Iriondo sabemos que estuvo secuestrado entre los meses de mayo y julio de 1977 y se supone que luego fue fusilado. Hoy, en los testimonios, nadie recuerda a este joven y no ha sido buscado por ningún familiar, por lo menos bajo ese apodo; esta es la razón por la que se reducen las posibilidades de identificarlo con exactitud. A pesar de la poca información que tenemos acerca de él, no cabe duda de que los poemas que se presentan aquí son auténticos ya que Mirta Iriondo es quien posee los originales que «Rubito» le entregó personalmente en La Perla. Asimismo, fue quien proporcionó a «Rubito» el material para escribir los poemas, ya que estaba secuestrada desde hacía más tiempo y efectuaba tareas administrativas en condición de mano de obra esclava[1].

¿Qué decir de la relación de Rubito con la escritura? Solo sabemos que sus poemas escritos en papeles sueltos son la única huella que tenemos de él, de su letra, de su escritura, de sus fuentes de inspiración. De hecho, las versiones originales de sus poemas evidencian, por ejemplo, la juventud y la impetuosidad. A diferencia de muchos poemas de la cárcel, los poemas de «Rubito» tienen la característica de contener bastantes tachaduras y abundantes errores de ortografía, como si no hubiese querido o podido tomarse el tiempo para pensarlos dos veces[2]. En realidad, La Perla, donde estuvo secuestrado y desaparecido, no dejaba el tiempo ni para vivir; a pesar de eso, «Rubito» sí lo encontró. Se apropió ansiosamente de los pocos minutos y las pocas horas que le dejaron para escribir poemas que hoy recibimos como su único legado y su ardiente memoria. Pueden haberle destruido el cuerpo, pero no podrán destruir sus versos, deslumbrantes de emoción, de frescura y de vida. Hoy nos toca transmitir sus poemas, como él lo hizo con Mirta Iriondo, y ella con nosotros. Es entonces con un triste alivio que constatamos, una vez más, que la poesía es capaz de trascender la materialidad de los cuerpos y de ir en contra de la voluntad bárbara de aniquilar a un ser humano.


[1] Dato proporcionado por Mirta Iriondo en una entrevista personal realizada en Córdoba el 21 de junio de 2013

[2][2] En efecto, se advertirá una gran cantidad de errores de ortografía. La decisión de reproducirlos puede perturbar la lectura pero, a su vez, al tener muy pocos datos sobre el autor, es necesario reproducir sus textos al idéntico. En ese sentido, son reveladores de las condiciones apremiantes de escritura y del «apuro» que sentía en el momento de la escritura porque comete muchos errores por descuido (omisión de letras, repetición de la misma palabra con varias versiones, etc.). 


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Rodolfo Novillo

Nació el 14 de mayo de 1953 en la ciudad de Córdoba. Antes de ser secuestrado, su vida se dividía entre su trabajo y su militancia barrial en el frente estudiantil, posteriormente centrada en la construcción política partidaria. El 22 de junio de 1977, fue secuestrado junto con su pareja y sus cuñados. Fue inmediatamente conducido al CCD La Perla de Córdoba, donde permaneció un mes, para luego ser llevado al CCD Campo de La Ribera y a la cárcel de San Martín. A pesar de estar alojado en una prisión legal, el Poder Ejecutivo Nacional lo legalizó recién a los tres meses de haber llegado. En octubre de 1978 lo trasladaron al penal de La Plata, de donde salió en libertad en 1982.

Escribir poesía no ha sido innato para Rodolfo Novillo quien recuerda en una carta a su madre que «en otras circunstancias, posiblemente, no se [le] hubiera ocurrido escribir, a tal punto que no [le gustaba] la poesía». Sin embargo, fueron esas «circunstancias», precisamente, las que llevaron al autor a buscar herramientas de resistencia. Una de ésas, además de la poesía, fue la escritura en general, ya que Rodolfo Novillo ha sido particularmente constante en su producción epistolar. De hecho, es por ese medio que eligió transmitir sus poemas, convirtiendo a su madre en su principal cuidadora.

La mayoría de los poetas de la cárcel eligieron componer y almacenar sus poemas en sus propios cuadernos. En el momento de la liberación, algunos se los pudieron llevar, otros no. Rodolfo Novillo quizás intuyó que sus cuadernos corrían riesgos y por eso prefirió transmitir sus poemas a través de las cartas entre los años 1978 y 1979. Este modo de transmisión, poco usado, nos confirma la finalidad testimonial de la poesía que logró cruzar las rejas y difundir una multitud de sentimientos resultantes de la situación de cautiverio experimentada. Si él dirá, más de 30 años después, que la poesía lo ayudaba a mantenerse «fuerte», «íntegro» y «lúcido», sus poemas confirman la importancia vital que tuvo para él la escritura.

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Pedro Nolasco Gaetán

Nació el 31 de enero de 1944 en la ciudad de Chilecito, provincia de la Rioja. Pasó su adolescencia en la ciudad de Buenos Aires donde empezó a trabajar y a militar en el gremio de los metalúrgicos hasta integrar las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) en 1968. Avisado de una amenaza de atentado, decidió irse a vivir a Córdoba a finales de 1973 donde continuó su actividad laboral junto con su militancia hasta 1975, año en el que dejó de pertenecer a la estructura de las FAP. A pesar de eso, su activa participación gremial lo llevó a ser secuestrado el 20 de octubre de 1976. Después de despertarse de un coma de 8 días provocado por los cinco tiros que le pegaron en el momento del secuestro, fue llevado al CCD Departamento de Informaciones de la policía de Córdoba (D2) donde permaneció 10 días. Desde ahí, fue llevado a los CCD La Perla y Campo de La Ribera. En diciembre de 1976 pasó a la cárcel de San Martín, pero recién en febrero de 1977 fue legalizado por el Poder Ejecutivo Nacional, y poco después, trasladado a la cárcel de Sierra Chica. En 1979 fue llevado al penal de La Plata, y en 1983 al de Devoto para ser transferido inmediatamente a Rawson. Sufrió el último traslado en 1984 a la prisión de Villa Devoto, de donde salió en libertad en julio del mismo año.

El recorrido carcelario de Pedro Gaetán nos permite imaginar el estado de desorientación física y psicológica que pueden haber sufrido muchos presos políticos durante el periodo dictatorial y, por ende, la gran necesidad de aferrarse a una actividad «reparadora» en la prisión. Sin duda, y nos lo confirman las propias palabras del autor, la escritura ha sido una de las más importantes para «salvaguardar [la] integridad física e intelectual»[1]. Sin embargo, fue paulatinamente que la poesía se fue imponiendo a Pedro Gaetán que supo claramente que no era un privilegio de los letrados.

Los tres poemas que se presentan en este archivo, compuestos en su cuaderno en la cárcel de Sierra Chica entre 1979 y 1980, ponen de manifiesto algunos de los elementos vitales que decidió rescatar y poetizar, para recordar quién y qué lo había formado y le daba la fuerza para mantener clara la mente y sólido el cuerpo. De cada tiro que le pegaron en aquel diciembre de 1976, Pedro Gaetán hizo un poema para demostrar que las balas, si no matan, fortalecen.


[1] Este dato ha sido proporcionado por el autor en una entrevista personal realizada en Córdoba el 18 de noviembre de 2010.

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Luis José Bondone

Nació el 7 de agosto de 1927 en la ciudad de Bell Ville, provincia de Córdoba, y falleció el 22 de mayo de 2013 en la misma ciudad. Antes de su secuestro se desempeñaba como abogado en Bell Ville. Su solidaridad con causas vinculadas a los derechos humanos, junto con su adhesión al Partido Comunista, lo convirtieron en blanco de la dictadura militar. El 28 de marzo de 1976 fue secuestrado con sus dos hijos, Lisandro y Mariano. Los condujeron inmediatamente a la comisaría de Villa María, y luego los llevaron a la cárcel de la misma localidad. En diciembre de 1976 fue trasladado con Mariano a la cárcel de San Martín, y a los cinco días, a la de Sierra Chica, de donde salió en libertad en abril de 1977. Después de su liberación, volvieron a secuestrarlo en septiembre de 1978 para llevarlo al CCD La Perla de Córdoba. Fue liberado una semana después[1].

Los poemas de Luis José Bondone que se presentan en este archivo fueron compuestos durante su cautiverio en la cárcel de Sierra Chica, entre los años 1976 y 1977. Ponen de manifiesto el rol que se adjudicó a partir de la situación dramática que le tocó vivir con sus dos hijos, con quienes compartía todo: desde las condiciones de maltrato, hasta la esperanza, pasando por las propias herramientas de escritura. En efecto, los poemas de Bondone se encuentran en su formato original en el cuaderno de su hijo Mariano que lo acompañó durante toda su detención. Si la escasez de material de escritura no impidió la producción poética, está claro que sí la condicionó, como se puede observar en los manuscritos originales donde los versos se siguen y están separados por barras oblicuas para aprovechar el espacio al máximo. Es de suponer que esta disposición se debió a las limitaciones impuestas por las autoridades del penal en la compra de cuadernos, hipótesis confirmada por la transcripción que el autor realizó luego en libertad, que no respeta la versión original.

En definitiva, si Bondone encontró la fuerza para resistir principalmente en la figura de sus hijos, y en lo que lo esperaba en libertad, es evidente que la escritura también ha sido un vital cable a tierra que lo ayudó a reafirmar sus responsabilidades. Pero conviene preguntarse hasta qué punto habrá podido mantener la entereza cuando su propio hijo Lisandro «hacía un gran esfuerzo para que [su] padre no supiera que [lo] estaban golpeando»[2]. La poesía no habrá resuelto los lógicos miedos y angustias de saber a sus hijos maltratados y privados de su libertad. Sin embargo, no cabe ninguna duda de que fue una forma, para Luis José Bondone, de escribir y recordar las razones de la lucha por sobrevivir.


[1] Por más información acerca del autor, invitamos al lector a consultar su libro testimonial: Bondone, Luis José. Con mis hijos en las cárceles del proceso. Bell Ville: Diseño gráfico, 2005.

[2] Declaración de Lisandro Bondone en la Megacausa La Perla, el 14 de mayo de 2012 en Córdoba. (Consultado el 10 de agosto de 2015). Disponible en: http://www.eldiariodeljuicio.com.ar/?q=cronicas-claves/37%2B19/907

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Liliana Rossi

Nació el 14 de abril de 1953 en Zárate, provincia de Buenos Aires. Su militancia en el PRT (Partido Revolucionario del Pueblo)- ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) y su actividad artística (teatro) hicieron que la secuestraran junto con sus dos hijos pequeños en el año 1975 y la llevaran a la cárcel de San Nicolás en la provincia de Buenos Aires. Ese mismo año, la trasladaron a Villa Devoto donde permaneció hasta el 5 de enero de 1980, fecha en la cual salió con libertad vigilada.

La relación de Liliana Rossi con la escritura siempre ha sido natural. Considerando que los relatos que escribía en la cárcel la podían delatar más fácilmente, decidió escribir poemas que podían llegar a pasar más desapercibidos o menos entendibles por el personal de requisa. Según lo recuerda, en definitiva, se trataba de «poder decir lo que no [se] podía decir»[1]. Se volvió tan imprescindible escribir que, a veces, la saliva llegó a ocupar el rol de los lápices; y la pared, el del papel. Como si hubiese tenido una intuición, volvió a escribir algunos de sus poemas en el cuaderno de otra compañera, lo que permitió, años después, salvarlos del olvido. Por esta razón, en las versiones originales presentadas, se observarán dos letras distintas: una de Liliana Rossi y otra de Soledad García, la dueña del cuaderno. La recopilación de poemas de otras compañeras en el cuaderno de uno fue una práctica sistemática que permitió, en libertad, recuperar varios poemas supuestamente perdidos. Sin embargo, también dificulta, hoy, la identificación de algunos poemas que se encuentran con autores anónimos. Pero es importante agregar que Liliana Rossi hizo un gran trabajo de memoria a partir de las inundaciones que destruyeron gran parte de su producción carcelaria. En efecto, de los poemas perdidos, si bien algunos fueron encontrados en el cuaderno de Soledad García, otros fueron reescritos de memoria por la autora misma. Esta dedicación en querer reconstruir los poemas perdidos evidencia el alto valor sentimental y testimonial que adquirió la poesía en la cárcel, para Liliana Rossi y para los poetas de la prisión en general. Los poemas que se presentan en este archivo virtual son, entonces, los que ella escribió en el penal de Villa Devoto, entre los años 1976 y 1977, rescatados por su mente o encontrados en el cuaderno de Soledad García, su compañera de celda en Devoto.


[1] Este dato ha sido proporcionado por la autora en una entrevista personal realizada en Córdoba el 24 de julio de 2012.

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Julio Virginio Gallardo

Nació el 2 de enero de 1950 en Santiago del Estero. Antes de su secuestro trabajaba como técnico en proyectos de riego. A raíz de su militancia en la Agrupación de Lucha Estudiantil, lo detuvieron junto a su mujer embarazada en 1975. Permaneció en la cárcel de Santiago del Estero hasta 1977, momento en que lo transfirieron a la cárcel de La Plata. En 1979 fue  trasladado al penal de Caseros, para volver a ser transferido en 1980 al de La Plata, de donde salió en libertad en 1982.

Julio Gallardo es uno de los poetas que se hicieron en la prisión. De hecho, sus primeras inclinaciones se orientaban más al dibujo que a la poesía. Pero las condiciones lo llevaron a recibir entre sus manos poemarios que, quizás, en otras circunstancias, no hubieran ocasionado el despertar de la escritura. La lectura de grandes poetas españoles lo impulsó pues a componer sus propios versos. Sin buscar el mimetismo, se inspiró de lo más cercano, su vida en la cárcel de La Plata, para escribir, en 1981, un poema en su cuaderno.

Si la producción poética de Julio Gallardo es escasa, es asimismo reveladora de la necesidad de acudir a la palabra poética en situaciones cotidianas vividas en la prisión. El poema que se presenta a continuación es el resultado de lo que él llama un «sentimiento puro canero»[1]. En ese sentido, es ilustrativo de la función testimonial de la poesía carcelaria; nos brinda informaciones clave sobre un día de lluvia: las consecuencias para los presos, las transformaciones del paisaje y, sobre todo, los sentimientos que engendró en él.


[1] Dato proporcionado por el autor en una entrevista personal realizada en Santiago del Estero el 17 de febrero de 2012.

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